1/3/09

Para los que quieran saber un poco más.

Después de leer lo que quedaba de sus cuentos tras los recortes hechos por Gordon Lish, Carver quiso suspender la publicación de De qué hablamos cuando hablamos de amor. “Es tarde”, le dijo Lish, “ya está en la imprenta”. Y el libro se imprimió.

Esta controversia salió a la luz varios años después de su muerte, a través de una nota publicada por The New Yorker en la que se exponían, entre otras cosas, fragmentos de cartas que se enviaron el autor y su editor, antes y después de la publicación. Muchos debates se abrieron en cuanto a quién era el legítimo dueño del estilo de Carver y asuntos similares. Pero personalmente, lo que más me llamó la atención, fue desayunarme la existencia de versiones “originales” (si se las puede llamar así) de cuentos que marcaron mi vida como lector.

Hice varios intentos por conseguirlas y pude llegar sólo a algunas de ellas. El original del relato De qué hablamos cuando hablamos de amor, inicialmente titulado Beginners (Principiantes), fue editado por The New Yorker junto con extractos de la disputa vía correspondencia entre el autor y el editor.

A primera vista, antes de leer la versión hasta entonces inédita, descubrí que al menos algo era cierto: el original tenía casi el doble de extensión. Pero después de leerlo pude comprobar que más allá de la cantidad de hojas o número de palabras, lo importante era lo que se había perdido con ellas: la mirada compasiva sobre las criaturas trágicas, la omnipresencia de sus sentimientos. Matrimonios a la deriva, alcohólicos, desocupados, maridos golpeadores… Conocía bien los a sus personajes porque él había sido uno de ellos. Y es comprensible que se haya negado a la publicación cuando Lish había suprimido de los originales, su intento por rescatarlos.

Un ejemplo que me llamó mucho la atención fue que el párrafo final de De qué hablamos… que yo podía casi recitar de memoria como un poema, lo había escrito Lish. La versión de Carver, Beginners, en cambio, se extendía en casi cinco páginas más que el publicado, entre revelaciones, giros emotivos, llantos y confesiones. Debo decir, un final bellísimo, digno de una obra de Chéjov pero que poco tiene que ver con el publicado primeramente, del que me enamoré. Todo esto incrementó mi curiosidad por los manuscritos, curiosidad insatisfecha, ya que sólo pude llegar a tres de trece cuentos. El problema esencial para conseguirlos es que Tess Gallagher, la viuda de Carver, editará los cuentos tal cual su marido habría querido que fueran impresos. Una iniciativa de reivindicación muy cuestionada que atravesó una disputa legal y moral entre Gallagher, Lish y amigos y fanáticos de escritor. Es por esto que se hace imposible llegar al resto de los originales atesorados en la Lilly Library de la Universidad de Indiana, a editarse en el 2010 por Anagrama. Será extraño llegar a leer, por ejemplo, el gérmen de ¿Por qué no bailan? Un cuento que disfruté mucho aún sin tener idea de que estaba leyendo sólo un extracto. Y si bien quedé fascinado por la descripción nimia de la situación, me resulta sumamente inquietante saber ahora que todavía hay mucho más por conocer de esa historia y sus personajes, que tanto misterio guardan.

Este cuento y la gran mayoría de los relatos del libro en cuestión, fueron escritos durante el período de transición entre la primera y segunda mujer del autor, coincidiendo con otro cambio radical en su vida, entre el alcoholismo y la definitiva sobriedad. Fue publicado con una tímida objeción de Carver, ya que por entonces el escritor evitaba entrar en conflictos porque “los conflictos lo conducían al alcohol”.

Años después de aquella primera lectura de ¿Por qué no bailan? , nació este proyecto y con él, las ganas de fantasear con lo que pudo ser originalmente.

Durante el proceso de escritura y adaptación aparecieron rebotándome en la cabeza, líneas de otro relato que también tiene entre sus protagonistas a una pareja: Quienquiera que hubiera dormido en esta cama. Se empezó a escribir en el mismo período de producción de ¿Por qué no bailan? pero fue editado posteriormente, por lo que no sufrió ningún tipo de recorte. Además de aludir, claramente al cuento homónimo, quise rescatar con este cruce ese aire conmovedor que Lish moderaba a su gusto. Y aunque quien conozca estos cuentos pueda identificar los textos utilizados, la obra jamás se propuso representar las situaciones tal cual están allí enunciadas. Sino valerse de ellas para contar algo propio. Básicamente, el procedimiento fue desentramar la narración original de los dos relatos para crear una nueva única trama, apenas más compleja y de breve desarrollo, intentando a la vez capturar aquel espíritu inicial que podría haber tenido el cuento antes de pasar por las manos del polémico editor. Claro, algunas modificaciones y diálogos que surgieron en función del ensamble tienen que ver también con el involucramiento afectivo con el trabajo y la investigación. Así, los personajes pasan de un cuento a otro, relacionados entre sí por nuevos vínculos, y sus edades están modificadas en función de este nuevo relato que es la obra de teatro. Creo que Carver habría comprendido que un director tuviera la necesidad de correrse del mero hecho de representar “fielmente” sus cuentos en el escenario. Más aún habiendo estrenado ya Catedral, que sí era una representación “fiel” del original, si se quiere, en muchos sentidos. Y, a pesar de que algunos fanáticos del escritor puedan sentirse defraudados, esta obra vive en ese vínculo que se generó entre esos relatos, el momento en que fueron creados y mi fantasía. Y quizá sea justamente ahí, en presentar esta especie de ensoñación y no en la estricta “fidelidad” a las palabras, donde manifiesto de manera más sincera mi cariño y admiración por el autor.

Martín Flores Cárdenas.






"Las parejas, aún las que duran, jamás serán libres de la muerte y la pérdida." J.I.






3 comentarios:

  1. Me dan muchas ganas de verla Tato!!
    Congratulations!!

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  2. Porque sé del cariño y lo importante que es Carver para vos, creo que encontraste con tu obra una bella forma de defenderlo.
    Nos vemos el viernes.

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  3. Carlos, no lo defiendo. No es necesario.

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