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Raymond Carver, el escritor norteamericano, cultor del realismo sucio en la década del setenta en plena era Reagan, ha desembarcado, una vez más, en la cartelera teatral porteña… Y fue nuevamente el teatrista Martín Flores Cárdenas, quien ya pusiera con bastante éxito Catedral, también de Carver; el responsable de esto. Para este espectáculo, Cárdenas cruzó los cuentos ¿Por qué no bailan? y Quienquiera que hubiera dormido en esta cama.
En este sutil pero no por eso menos contundente relato teatral vemos a una pareja que, pareciera, está por comprar un serie de muebles usados para así poder recomenzar sus vidas juntos, en pareja... Ya que ellos vienen de romper con historias anteriores y han quedado sin nada, por eso deben comenzar de cero. Y esto mismo de volver a empezar, partiendo desde unos muebles viejos, usados, simbólicamente no deja de ser significativo. Volver a construir a partir de lo ya muerto, para volver a vivir. El famoso ciclo de la vida, que le dicen.
Pero el director responsable de esto respetando, y bien, el fiel espíritu realista y perdedor que pueblan a los relatos de Carver logró crear para esta versión teatral una atinada atmósfera meláncolica, que lo va impregnando todo.
Casi todas las acciones se desarrollan en derredor de la cama, lugar de los sueños y del amor, por antonomasia, y allí los tres personajes que pueblan esta historia (porque también aparece el personaje dueño de todos los muebles por vender) desgranan sus temores a la muerte, a la agonía; su penar por aquellos que ya se fueron.
Quienquiera que hubiera dormido en esta cama es un espectáculo que cuenta una historia simple, sencilla, mínima casi, pero enorme, al mismo tiempo. Sus personajes son seres cotidianos que conviven como pueden con los que les ha tocado en suerte. Con una escenografía mínima y un desempeño actoral más que logrado, esta versión de Carver en escena se torna una muy buena opción a la hora de elegir ir a ver algo al teatro. Creáme, que de verdad se lo estoy diciendo.
Marcelo Saltal
marcelocree@yahoo.com.ar
http://www.revistaelabasto.com.ar/Quienquiera_que_hubiera_dormido_en_esta_cama.htm
17/07/2009 | Por Edith Scher | Espectáculo Quienquiera que hubiera dormido en esta cama | ||||
Una pareja va a comprar una cama, quizás otros muebles. No son muebles nuevos, sino que se venden en un departamento en el que no parece haber nadie. Se trata de una pareja como cualquier otra. Seres comunes, intrascendentes, en una situación corriente. Así son los personajes de Raymond Carver (1939-1988), en cuyos textos estos basado este espectáculo. Así aparecen: como anónimos perdedores con sus dramas triviales. No veremos ninguna gran historia. Por el contrario, el relato presentará una anécdota pequeña (lo de pequeña no es peyorativo, para nada, sino que intenta caracterizar el mundo puesto en escena que, desde esa manera de plantearse, genera incertidumbre y abre un universo mucho más enorme que el que se narra en la anécdota). Nada grandilocuente, entonces, sucederá. Sin embargo, algo muy intenso se vislumbra, se entreteje. ¿Qué pasa? ¿Qué les ocurre a esos dos seres, aquella tarde en la que van comprar esa cama? Algo parece a punto de desatarse y no se desata nunca, algo late como una fuerza pero no estalla. He ahí la obra. El varón de la pareja tiene una doble función en el esqueleto de aquello que se cuenta: es relator de los hechos y también parte de ellos. Sus recuerdos de aquella tarde enmarcan la escena que, junto a esa mujer y a un tercer personaje que aparecerá cerca del final y aumentará, aún más, la incertidumbre, se presentará ante los ojos del espectador. El espectáculo, entonces, está armado a partir de aquello que sucede pero no se dice (el miedo a la muerte, quizás, y otros miedos existenciales) y se expresa en la actuación como angustia contenida. Para ello Quienquiera hubiera dormido en esta cama cuenta con actuaciones acordes a lo que necesita contar. Cabe destacar el trabajo de Gabriela Licht, la mujer de esta pequeña historia, quien logra un muy buen trabajo de actuación, en tanto consigue, desde lo mínimo, desde una gran sutileza (precisamente porque de lo que se trata es de contener esa angustia que se insinúa, pero nunca se dice con claridad) mantener esa inquietud que flota en la pieza, inquietud que emana, en general, del mundo de Carver y que claramente se respira en esta mirada de Martín Flores Cárdenas, a cargo de la dramaturgia. En cuanto a la dirección, Cárdenas consigue crear ese universo que parece simple y, sin embargo connota un montón de significaciones. Esto se ve, fundamentalmente, por lo que logra de sus actores, (Licht, Germán Rodríguez y Osvaldo Djeredjian), quienes tienen la máxima responsabilidad en este logro, por cuanto, sin ese conflicto que subyace y no termina de decirse, la obra no sería más que una anécdota sencilla (en su narrativa Carver consigue este clima, pero no es fácil arribar a él en el teatro). Cualquier ilustración por parte de los actores que intentara explicar o subrayar aquello que les pasa, atentaría contra el tono del relato. El director, sin duda, obtiene ese tono de ellos y los hace tocar esa cuerda. Quienquiera que hubiera dormido en esta cama: un espectáculo breve e intenso. |
Después de leer lo que quedaba de sus cuentos tras los recortes hechos por Gordon Lish, Carver quiso suspender la publicación de De qué hablamos cuando hablamos de amor. “Es tarde”, le dijo Lish, “ya está en la imprenta”. Y el libro se imprimió.
Esta controversia salió a la luz varios años después de su muerte, a través de una nota publicada por The New Yorker en la que se exponían, entre otras cosas, fragmentos de cartas que se enviaron el autor y su editor, antes y después de la publicación. Muchos debates se abrieron en cuanto a quién era el legítimo dueño del estilo de Carver y asuntos similares. Pero personalmente, lo que más me llamó la atención, fue desayunarme la existencia de versiones “originales” (si se las puede llamar así) de cuentos que marcaron mi vida como lector.
Hice varios intentos por conseguirlas y pude llegar sólo a algunas de ellas. El original del relato De qué hablamos cuando hablamos de amor, inicialmente titulado Beginners (Principiantes), fue editado por The New Yorker junto con extractos de la disputa vía correspondencia entre el autor y el editor.
A primera vista, antes de leer la versión hasta entonces inédita, descubrí que al menos algo era cierto: el original tenía casi el doble de extensión. Pero después de leerlo pude comprobar que más allá de la cantidad de hojas o número de palabras, lo importante era lo que se había perdido con ellas: la mirada compasiva sobre las criaturas trágicas, la omnipresencia de sus sentimientos. Matrimonios a la deriva, alcohólicos, desocupados, maridos golpeadores… Conocía bien los a sus personajes porque él había sido uno de ellos. Y es comprensible que se haya negado a la publicación cuando Lish había suprimido de los originales, su intento por rescatarlos.
Un ejemplo que me llamó mucho la atención fue que el párrafo final de De qué hablamos… que yo podía casi recitar de memoria como un poema, lo había escrito Lish. La versión de Carver, Beginners, en cambio, se extendía en casi cinco páginas más que el publicado, entre revelaciones, giros emotivos, llantos y confesiones. Debo decir, un final bellísimo, digno de una obra de Chéjov pero que poco tiene que ver con el publicado primeramente, del que me enamoré. Todo esto incrementó mi curiosidad por los manuscritos, curiosidad insatisfecha, ya que sólo pude llegar a tres de trece cuentos. El problema esencial para conseguirlos es que Tess Gallagher, la viuda de Carver, editará los cuentos tal cual su marido habría querido que fueran impresos. Una iniciativa de reivindicación muy cuestionada que atravesó una disputa legal y moral entre Gallagher, Lish y amigos y fanáticos de escritor. Es por esto que se hace imposible llegar al resto de los originales atesorados en
Este cuento y la gran mayoría de los relatos del libro en cuestión, fueron escritos durante el período de transición entre la primera y segunda mujer del autor, coincidiendo con otro cambio radical en su vida, entre el alcoholismo y la definitiva sobriedad. Fue publicado con una tímida objeción de Carver, ya que por entonces el escritor evitaba entrar en conflictos porque “los conflictos lo conducían al alcohol”.
Años después de aquella primera lectura de ¿Por qué no bailan? , nació este proyecto y con él, las ganas de fantasear con lo que pudo ser originalmente.
Durante el proceso de escritura y adaptación aparecieron rebotándome en la cabeza, líneas de otro relato que también tiene entre sus protagonistas a una pareja: Quienquiera que hubiera dormido en esta cama. Se empezó a escribir en el mismo período de producción de ¿Por qué no bailan? pero fue editado posteriormente, por lo que no sufrió ningún tipo de recorte. Además de aludir, claramente al cuento homónimo, quise rescatar con este cruce ese aire conmovedor que Lish moderaba a su gusto. Y aunque quien conozca estos cuentos pueda identificar los textos utilizados, la obra jamás se propuso representar las situaciones tal cual están allí enunciadas. Sino valerse de ellas para contar algo propio. Básicamente, el procedimiento fue desentramar la narración original de los dos relatos para crear una nueva única trama, apenas más compleja y de breve desarrollo, intentando a la vez capturar aquel espíritu inicial que podría haber tenido el cuento antes de pasar por las manos del polémico editor. Claro, algunas modificaciones y diálogos que surgieron en función del ensamble tienen que ver también con el involucramiento afectivo con el trabajo y la investigación. Así, los personajes pasan de un cuento a otro, relacionados entre sí por nuevos vínculos, y sus edades están modificadas en función de este nuevo relato que es la obra de teatro. Creo que Carver habría comprendido que un director tuviera la necesidad de correrse del mero hecho de representar “fielmente” sus cuentos en el escenario. Más aún habiendo estrenado ya Catedral, que sí era una representación “fiel” del original, si se quiere, en muchos sentidos. Y, a pesar de que algunos fanáticos del escritor puedan sentirse defraudados, esta obra vive en ese vínculo que se generó entre esos relatos, el momento en que fueron creados y mi fantasía. Y quizá sea justamente ahí, en presentar esta especie de ensoñación y no en la estricta “fidelidad” a las palabras, donde manifiesto de manera más sincera mi cariño y admiración por el autor.
Martín Flores Cárdenas.
"Las parejas, aún las que duran, jamás serán libres de la muerte y la pérdida." J.I.
Este blog es sobre la obra "Quienquiera que hubiera dormido en esta cama" que se da los viernes 21:30 en el Teatro Abasto Social Club